viernes, 13 de mayo de 2016

Los retos de aprender a meditar

Hace varios años un buen amigo y coach me dijo que debería comenzar a meditar, en ese momento sus palabras me sonaron a locura, pues en materia de tendencias populares suelo ir contracorriente.

Formo parte de ese grupo de seres humanos entrenados para pensar y además soy acreedora de un fuerte predominio visual. Seamos honestos, soy mamá, esposa, hermana e hija y por si fuera poco, periodista, consultora, coach y facilitadora comunicacional, por tanto, mi cerebro es una TV encendida que 24/7 está planificando, organizando y en zapping zone.

Sin embargo, las palabras de este amigo me hicieron reflexionar sobre la necesidad de hacer la prueba, más aún cuando muchas de las personas que conozco me hablaban maravillas de los logros alcanzados en sus estados “zen”. Y la verdad debo confesar que a veces pensar tanto cansa, agota y acongoja.

Como me ocurre con cada pensamiento inquietante me puse a leer sobre el tema y por supuesto hice una profunda investigación sobre #meditación e incluso el tan de moda #mindfulness y aunque estas teorías me parecen fascinantes, en la práctica no me iba nada bien. Así que llevé todo a ese laboratorio personal en el que trato de unir la teoría con la vida y estos son los resultados:

El primer reto es la respiración. Cada vez que intento controlar la respiración me ahogo. La cosa comienza más o menos así: “mi misma” –así hablo con mí yo interior- cierra los ojos relájate, vamos que tu puedes, muy bien ahora inhala profundamente por la nariz, eso es vas bien muy bien llena tu abdomen de aire, sí así mismo y ahora exhala por la boca, poco a poco, vamos despacio… bravo lo hiciste y ahora vamos de nuevo, ok sí puedes, claro que puedes… ohh ohh ohh me estoy ahogando… no, ya va ¿qué es esto, me ahogo…?”.  Bueno ya me dirán, con tantos pasos y secuencias es posible alterar hasta el proceso más automático y reptiliano que tenemos: la respiración. Entonces busqué ayuda y me hice de una serie de audios de meditación. Algunos con música relajante y otros con personas que te hablan y te van diciendo qué hacer. Esto ayuda, lo admito, te permite al menos no ahogarte al respirar, pero el radio encendido en mi cabeza no lograba apagarse por completo.  Mi intención con esto de la meditación es muy clara: hacerle caso a Jon Kabat-Zinn  y lograr  “Prestar atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar”.

El segundo reto es la decisión de hacerlo en solitario o en grupo. Debido a mis múltiples experiencias fallidas en solitario decidí experimentar de forma grupal… terrible error, al menos para mí, pues descubrí que mi costumbre de observación plena es más fuerte que mi necesidad de concentración plena, y entonces me sabotee abriendo los ojos para ver a otros sentaditos en posición de loto respirando y demostrándome con cada ‘no hacer nada’ que mi cerebro es un rebelde sin causa. Por lo tanto decidí que al menos para mí mejor solita que acompañada.

El tercer reto es el tiempo. Un cerebro entrenado para comunicar y luego para escuchar es terriblemente ineficiente para entender el silencio. Así que debí comenzar con pequeñitos lapsos de tiempo y cuando digo pequeñitos hablo de dos o tres minutos contra alarma y en muchos de los cuales no lograba absolutamente nada, pero… y aquí lo bueno fui adquiriendo disciplina.

El último reto fue ajustarlo todo a las capacidades. Un poco frustrada, pero convencida de que quería darle a mi mente espacio para el ‘no pensamiento’ y con la finalidad de desprenderme del estrés de la cotidianidad, tomé todo lo leído y practicado sin éxito y lo coloqué en un saco, que luego  sacudí con fuerza con la intención de mezclarlo bien para que de allí saliera algo que se pareciera a mí. Y así fue como nació el cuadrado blanco. La técnica que utilizo todas las noches, antes de irme a dormir o cuando quiero que se abra un hueco en la tierra y me trague por completo.

Esta técnica apareció cuando renuncié a lo convencional y dejé de imaginarme playas, sabanas y campos floridos o seguir pasos y procedimientos complejos para respirar y, simplemente cerré los ojos e intenté ver -en medio de la oscuridad- un cuadradito blanco.

Al principio sólo quería que apareciera. Cerraba los ojos y me decía “cuadrado blanco…”  y pasaba de todo por mi mente menos el famoso cuadrado. Pero un día luego de insistir y  persistir, apareció un cuadradito pequeñito y fue mágico, pues sólo por un instante dejé de pensar en el cuadrado y comencé a observar el cuadrado.

Ahora puedo incluso hacer que el cuadrado crezca, me cuesta lo admito, pero logra convertirse en un cuadrado bien grande. ¿Y saben qué? el nivel de relajación que alcanza mi mente y mi cuerpo luego de esos minutos es indescriptible. Por unos minutos nada me perturba, me presiona o me consume y eso sin dudas es un regalo.

Aún no sé cuál será el siguiente paso, ni como llevaré mi meditación concentrativa a lago superior, así que acepto recomendaciones y experiencias. Mientras seguiré disfrutando de los 5 minuticos de paz que me proporciona todas las noches mi cuadradito blanco.

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