lunes, 13 de abril de 2015

La gente nos vuelve locos o nosotros nos volvemos locos

Cuando hablamos de Inteligencia Emocional (IE) nos referimos a un concepto utilizado en los predios empresariales para hablar de autoconocimiento, autocontrol y/o regulación, autoconciencia, empatía y habilidades sociales, es decir, habilidades blandas a su máxima expresión y manejo de nuestras emociones.

Estudiosos sobre la materia existen por montones y cada uno ofrece miradas asertivas para ayudarnos a comprender por qué casi a diario nos topamos con cientos de miles de situaciones que requieren una y otra vez que repasemos en nuestro interior estos conceptos.

¿Cómo hacer frente a un familiar que sólo critica lo que dices o haces? ¿Cómo vincularte con un amigo que cuestiona de forma constante todo aquello que no se hace como a él le parece? ¿De qué forma lidiar con un jefe que sabe lo que quiere en su mente, pero que no te hace el requerimiento de forma clara desde el principio o que por el contrario, descubre cuando la tarea está hecha que podría verse mejor o hacerse mejor si se modificara? ¿Qué hacer si un ser querido te habla sobre algo desde tu punto de vista descabellado y espera aceptación de tu parte requiriéndote solidaridad, apoyo y reforzamiento?  Pues bien, el campo de acción de la IE es la vida real y nuestras relaciones son la base de su preparación.

Las personas que nos “vuelven locos” sólo lo hacen porque desde nuestra perspectiva ellas tienen un comportamiento irracional, entonces de acuerdo a nuestro juicio ellas  funcionan en una dirección que consideramos opuesta a la razón.

La gran pregunta es ¿Qué nos lleva a pensar que nuestra mirada es la que está del lado de la razón? Ó ¿Que nos obliga a darles a estas personas espacio para responder emocionalmente y quedar envueltos en sus problemas?

Si creemos que una mirada es irracional y fuera de foco, simplemente debemos abandonar  la trampa. Somos nosotros los que elegimos ir a la batalla con el deseo de derrotarlos en su propio juego.  Y  la verdad, estemos claros, esto sólo nos trae desgaste. Cuando escuchamos para entender y no para contestar tomamos distancia emocional y abordamos las interacciones complejas como un proyecto científico en el que no es necesario sumergirse al caos emocional porque tenemos mecanismos para simplemente manejar los hechos y de esta forma darle más importancia a la relación que a la razón.