miércoles, 24 de septiembre de 2014

Vivir un día a la vez

Mirarse al espejo no es tarea fácil,  quizás porque corremos el riesgo de descubrir que es imposible proyectar hacia afuera lo que no tenemos en el interior. De allí que sea más sencillo enfocarnos en las fallas de los otros, en sus carencias o debilidades, que asumir con valentía la tarea de una verdadera y sincera auto-evaluación.

Los seres humanos -yo incluida- somos complejos, tenemos historias, experiencias, valores diferenciados. Percibimos e interpretamos el mundo desde lo que distinguimos y por ello conciliar nuestros puntos de vista con los de otras personas es una práctica que requiere voluntad y dedicación.  

Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cuál es el comienzo? Nadie puede ayudar a otro si no se ayuda a sí mismo. Nadie puede dirigir a otro si no tiene las riendas de su propia vida. Un líder es un ejemplo a seguir, y aunque queda claro que los líderes permanecemos en el terreno de lo humano, es decir, siempre tendremos defectos y virtudes, conocernos y afianzarnos en nuestras fortalezas para trabajar nuestras debilidades es sin duda el camino más expedito para predicar con el ejemplo y poder mirarnos al espejo sin temor a descubrir que, la imagen que vemos es distinta a la que perciben los demás.

Dejar atrás las convicciones y los juicios y comenzar a explorar las bondades de describir lo observado (sin parámetros pre-establecidos), es todo un reto. Otro mayor es transformar las certezas en preguntas y mientras nos las hacemos encontrar respuestas, pensando siempre que algunas nos generarán satisfacción y otras seguro nos confrontarán.

Ahora bien las preguntas no son para cuestionar a los otros, es muy fácil hacerlo desde el otro lado de la calle, hay que comenzar por nosotros mismos; porque pretender que otro cambie y adquiera nuestra visión es simplemente la mayor de las utopías. 

¿Qué estoy haciendo hoy para propiciar eso que deseo? ¿Cuánto tiempo más esperaré a que otro entienda? ¿Con qué cuento yo? ¿Qué me he ganado yo? ¿Qué está en mis manos y qué no? ¿Qué estoy dispuesto a hacer, sacrificar o arriesgar?. Estas son las preguntas que vale la pena realizarse.



Hay un momento en la vida en el que descubrimos que hay que adentrarse en la filosofía de experimentar un día a la vez, desaprendiendo, aprendiendo y celebrando el haber terminado la jornada, a veces con uno o dos aciertos, otras tantas con una considerable carga de errores. Sin embargo, en ambos casos los saldos son positivos, porque quienes tienen la capacidad de descubrir las oportunidades que surgen de cada falla no sólo pueden  liderar su vida, sino que están listos para generar cambios significativos que sean replicables.