miércoles, 22 de junio de 2016

Más respeto y menos tolerancia

Si me correspondiera elegir un valor que logre conectar a las distintas generaciones desde lo común y lo compartido, definitivamente la apuesta sería por el respeto, un concepto que proviene del latín "respectus" y que significa atención y consideración sustentada en la reciprocidad y el reconocimiento mutuo.

Respetar es valorar lo diferente, sin imposiciones, sin dominios y con el deseo genuino de comprender qué piensa y qué siente el otro, para intentar conciliar y acordar.  Y esa es la gran fuerza del valor, no sólo para unificar generaciones con visiones diferentes, sino para unificar formas de vida.

Cuando existe respeto es plenamente posible coexistir, porque lo que yo pienso es tan correcto como lo que piensa el otro y por tanto ni impongo ni permito imposiciones.

Y aunque conocemos de su existencia y de su importancia, el respeto no siempre está presente ni en nuestras conversaciones ni en nuestras actuaciones y quizás por ello vemos tantos gestos de desagrado y desencuentro matizados por las pinceladas de una "tolerancia social" que termina siendo una pésima versión de "lo mastico, pero no lo trago".

Cuando algo es diferente a lo que pensamos, automáticamente lo rechazamos y acto seguido queremos arreglarlo, modificarlo o cambiarlo. Sucumbimos ante la tentación de tener la razón, creyendo que somos dueños de la verdad. Buscamos imponer nuestro punto de vista y hacer que los otros lo validen y si eso no es posible entonces "toleramos" como sinónimo de aguante a la posición del otro. Pero ante la más mínima posibilidad, exteriorizamos nuestra percepción y/o frustración y sobre esta línea de pensamiento es muy difícil conciliar.

Imagina por un segundo a un vegano y a un carnívoro sentados en la misma mesa, ambos pensando en cómo un pedazo de carne puede ser la diferencia entre una sana o una insana alimentación. Para el vegano un bisteck es un sinónimo de crimen y crueldad, una costumbre alimentaria insana y poco consciente que demuestra desconocimiento y un ataque directo a la salud y a los seres vivos. Mientras que para el carnívoro la alimentación vegana es una moda, un cliché nada práctico de rebeldía contra el "status quo", una afrenta al disfrute y al placer de las bondades culinarias milenarias. ¿Cuál de los dos tiene la razón? ¿Acaso sus diferencias son irreconciliables?

Si en vez de promover la razón y la verdad buscáramos el respeto, dos posiciones contrarias podrían encontrarse en una misma mesa y disfrutar de una comida juntos, aunque cada cual ingiriera los platillos de su preferencia, porque cuando no hay nada que demostrar o validar, surge el entendimiento.

Lo correcto y lo incorrecto son apreciaciones personalísimas, aplicables a la primera persona del singular. Y aunque existen normas compartidas de carácter universal, las mismas se fundamentan en lo que nos une y no en lo que nos separa.

Acatar las reglas de juego para convivir es muy simple, no robar, matar, dañar, ofender o difamar a otros se conjugan con la capacidad de escuchar y ver cosas diferentes sin que eso nos afecte. Todo lo demás es simplemente el reflejo de lo que pensamos, de lo que tratamos de imponer y de lo que nos parece bueno o malo de acuerdo a nuestra mirada personal del mundo.

Nos pasamos la vida librando batallas y cruzadas contra molinos de viento, el respeto no se pide se ofrece. Cuando entendamos que los otros tienen derecho a creer, sentir y vivir como mejor les parezca, siempre y cuando esto no atente contra las normas básicas de convivencia, avanzaremos a otro nivel.

Mientras tanto, seguiremos sufriendo las consecuencias del racismo, la xenofobia, el sexismo, el clasismo y el fanatismo político y religioso que una y otra vez nos conducen a las guerras, el terror, el miedo y la destrucción.