¿Hasta qué punto es sano
competir? Quizás esta sea una pregunta con múltiples respuestas sobre la que
vale la pena detenerse a pensar opciones.
El diccionario usual de la
Real Academia de la Lengua Española establece que competir es “una disputa o contienda
entre dos o más personas sobre algo” también refiere que es la “oposición o
rivalidad entre dos o más que aspiran a obtener la misma cosa”. Ambos conceptos
nos dirigen rápidamente a una complicada inferencia: en toda competencia se
presenta rivalidad y por ende alguien gana y alguien pierde.
Para muchos competir es
natural, otros piensan que nos vuelve más productivos e incluso hay quienes
afirman que refuerza el carácter, pero ¿qué problema social se esconde detrás
de quienes deben demostrar a… o demostrar qué…?
Este planteamiento vino a
mi mente cuando debí explicarle a mi hijo durante su primer entrenamiento de
béisbol en una liga pre-infantil que su primer reto era ganarse el uniforme; es
decir, debía demostrarle algo a alguien.
En la liga jugaban
pequeños con condiciones naturales innatas, obviamente la mirada de los
entrenadores estaba bien puesta sobre ellos y allí comprendí que la necesidad
de aprobación es una carrera para reafirmarnos ante los demás.
Fisionómicamente mi hijo
tenía lo que se necesitaba para jugar al béisbol: fuerza, reflejos y tamaño,
pero le faltaba entrenamiento y experiencia, cosas que a su corta edad no
entendía. Quería jugar de una vez, ser el mejor de una vez, vestir su uniforme
de una vez y saber de una vez más que sus entrenadores, por lo que finalmente
abandonó el béisbol.
Con el paso de los años mi
pequeño Bam-Bam incursionó en otras disciplinas deportivas, pero tampoco se
sentía a gusto, por lo cual también abandonó. Siempre había alguien que le
impedía que… o tenía lo que el no.
Pero un día se enamoró del
fútbol, para ese momento ya no era tan pequeño, su peso no le ayudaba y sus
condiciones físicas no eran óptimas y, sin embargo, aún lo sigue
practicando.
Todavía no se ha ganado
“el uniforme” siempre hay algún adolescente que se le adelanta, pero de alguna
forma Bam-Bam ha sabido romper los paradigmas de la competición.
Para él el fútbol es una
forma de vida, algo que lo conecta con su cuerpo y con lo que ama. Dejó de
competir desde hace rato, no se siente menos que los demás ni necesita
reafirmarse comparándose con otros.
Es feliz con un balón en
el pié, se cree y se siente como un profesional, lo disfruta a plenitud,
entrega siempre lo mejor de sí, es disciplinado y persistente y celebra las
victorias de sus compañeros como propias.
Eso lo hace una persona
especial, alguien que entendió que su mayor competidor es él mismo, que no
tiene que medirse con otros, que sus éxitos o fracasos no lo definen, porque
como ser humano tiene el derecho de tropezar, caer, sacudirse y levantarse.
Quizás con su próximo
ingreso a la universidad le tocará jugar menos al fútbol, pero estoy segura que
cada vez que lo haga lo disfrutará como el primer día.
Por alguna razón Bam-Bam
no tiene pretensiones, aunque sí está lleno de aspiraciones y sabe hasta dónde
quiere y va a llegar. Le importa poco o nada la idea de “demostrarle a… que es
mejor que… “, aprendió a disfrutar el camino y sabe que su punto de comparación
no es otro sino él mismo.
Se volvió seguro, no
necesita que lo aplaudan, su motivación lo llena, hacer lo que le gusta
le satisface y desde entonces ve las cosas buenas en los otros porque no teme
que le quiten nada. Sabe perfectamente lo que tiene y lo que no, y por
eso disfruta sabiendo que no tiene por qué volverlo todo una carrera para
recorrer la vida.