La globalización y la hiperconectividad han llegado a su climax y la verdad sorprende profundamente que lo que se vislumbraba como el mayor logro de la humanidad – la ruptura de las fronteras reales y mentales- esté cayendo en este torbellino de pasiones que lleva a la separación de países que construyeron uniones, a guerras sin precedentes con millones de refugiados y a dictaduras donde el cinismo y el personalismo se ocultan tras la complicidad de quienes reducen la democracia a una elección.
Me temo que mientras la conciencia colectiva se desdibuja no nos queda más remedio que darle la razón a quienes afirman que con la 4ta revolución industrial- esa de la que tanto se habla- se acabó la seguridad del mundo estable, y ante la incertidumbre estamos dejando de pensar para sentir sin control desde los más profundo de nuestro sistema límbico.
Miedo, Rabia y Tristeza, tres de las cinco emociones básicas a través de las cuales interpretamos el mundo están presentes y más alborotadas que nunca. Nos ufanamos de nuestros viajes espaciales, de nuestra capacidad para descifrar el genoma humano, pero aún no logramos dominar la cara oscura de nuestros demonios.
La emocionalidad desbordada de una sola persona es alarmante, la emocionalidad desbordada de un pequeño grupo es explosiva. Pero cuando son miles las personas movidas por estas emociones las consecuencias son peligrosísimas. ¿O es que acaso Mussolini, Hitler y Franco actuaron en solitario?
Hoy, como nunca antes, voy a hacer un llamado personal. Necesitamos reencontrarnos con el amor y la ternura en nuestro interior y por ello utilizaré respetuosamente la letra de la canción venezolana de mayor difusión en el mundo.
“Cuando el amor llega así de esta manera
uno no se da ni cuenta
el carutal reverdece,
y guamachito florece
y la soga se revienta…
El potro da tiempo al tiempo
porque le sobra la edad,
caballo viejo no puede
perder la flor que le dan
porque después de esta vida
no hay otra oportunidad”.